Fotocrónicas (CLI)
Ya desde finales del imperio romano, en Occidente una de las mayores advocaciones para nombrar los lugares religiosos fue la de este arcángel, responsable de las milicias celestiales. Hacia el siglo X, con la evangelización de la tierra de los vascones y el impulso dado por los Reyes de Pamplona, San Miguel adquirió una devoción de notable importancia.
Muy posiblemente antes que el edificio actual existía ya un templo prerrománico. El que ha llegado hasta nuestros días tiene su origen a comienzos del siglo XI y es una hermosa obra de tres naves de cañón, cúpula y triple ábside circular. Todo el conjunto rezuma austeridad y la perfección de formas propias del mejor románico.
Con ser estas cuestiones importantes, al montañero que llega hasta la parte alta de la Sierra de Aralar, lo que más le sugestiona, lo que más le llena el ojo es la enorme belleza del lugar, la armonía perfecta entre la construcción y la naturaleza que lo envuelve.
A finales del otoño, la primera nevada importante de la estación invernal cubre el paisaje con un precioso manto. La piedra del monasterio y el pelaje de las yeguas resultan un estadillo de color entre la filigrana gris de los robles desnudos y la pureza blanca de la nieve.