Fotocrónicas (CXXIV)
Decía el poeta: “Me fascina el otoño porque la Naturaleza se vuelve loca entre fuegos encendidos, increíbles. Porque la tierra se esponja con las lluvias propias de la estación. Y también porque el aire se satura con los aromas de la fruta en sazón”.
La vegetación más tempranera inicia su mudanza allá por San Mateo (más o menos), pero aún hay que esperar más de medio mes para que la algarabía cromática se contagie como una epidemia entre arbustos y árboles. Cuando llega el Pilar, encontramos un escenario que embelesa los sentidos. Y poco después, vencida la vendimia, el festín de colores en nuestra bendita tierra riojana puede enajenar a los espíritus más sensibles.
Este año, Octubre ha sido plácido hasta la extenuación y se ha ido sin borrascas ni vendavales que aceleran el proceso habitual de «otoñización» en cualquier especie vegetal. Así, nos hemos presentado a finales de mes con un paisaje pletórico de color que merece la pena ser deleitado.
La imagen de hoy está tomada a mediados de Octubre desde las faldas del San Quiles, y capta las laderas del Pico Peñalba. Entre ambos, en el fondo del barranco, corren las aguas del Rigüelo hacia Matute. Maravilla que esos conglomerados, ásperos y secos, que parecen no albergar vida, sean el cobijo de una marea de vegetación diversa que, llegado el otoño, entran en un delirio absoluto de verdes, rojos, naranjas, amarillos, ocres, pardos… Pero asombra aún más que esa liturgia del color sea el canto del cisne, hermoso y frutal, de todos los árboles y arbustos. Al menos, por este año.