“Castro, una perla en el Cantábrico”

Fotocrónicas (CLXXXVIII)

Parece evidente que los Sámanos, una tribu prerromana, tuvieron buen ojo al establecer su primitivo asentamiento en la bahía que ocupa Castro Urdiales. De aquellos primeros pobladores, que dedicaron su vida a la pesca, a la ganadería y a la agricultura, queda seguramente el espíritu de lucha de las gentes castreñas. Aunque los ropajes que envuelven la realidad actual sean muy diferentes.

Hoy en día, Castro vive esencialmente para el turismo. Con el legado patrimonial y natural con que cuenta no lo tiene demasiado difícil. Una “Puebla Vieja” encantadora, en donde deslumbran su iglesia gótica de la Asunción, el castillo, el faro, el puente medieval, la ermita de Santa Ana, el casco antiguo y el puerto. El litoral (de abruptos acantilados o de soberbias playas) embelesa a cualquiera, como sus ríos y sus exuberantes montañas.

Llegar a Castro siempre es una suerte, pero hacerlo caminando y, aún más, como peregrino, le remueve a uno el musguillo del alma y, a poco que se le adueñe la emoción contemplando su paisaje, quizás termine recitando esos versos del cántabro Gerardo Diego que dicen: «…en la playa desierta, arpa tumbada, rasga y rasga la ola alborotada…» 

Texto y fotografía: Jesús Mª Escarza Somovilla