Fotocrónicas (CXXV)
Con el otoño bien entrado, la vendimia se generaliza. Las viñas se llenan de algarabía, personas y vehículos se afanan en la tarea. El tiempo es bueno y hay que aligerar. Mañana puede ser ya tarde. Es lo que tiene este tiempo de transición entre el otoño y el invierno. Lo mismo se alargan los calores de estío que se echa encima un temporal atlántico cargado de agua.
La Rioja del piedemonte, de la llanada y el valle se emborracha de colores, brillos y fragancias. La tierra enloquece entre espasmos rojos, ocres y amarillos. Semejante derroche, no obstante, es el vestíbulo que precede al final del ciclo por esta temporada. La postrera declamación de la Naturaleza antes de recogerse en sus cuarteles de invierno.
La imagen de hoy, tomada desde un cerro junto al puente medieval de Briñas, ofrece un espectáculo otoñal de primer orden. La geometría de los renques crea una composición armoniosa y ordenada, sugestiva y relajante. La casita de labor, en el punto áureo de la composición, pone el contrapunto a la gama tonal dominante con sus paredes blancas. Las viñas vendimiadas revientan en rojos, como sangre derramada. Y los chopos, que festonean el curso del Ebro dando vueltas por los meandros, se unen al festín con su hatillo de amarillos y verdes. Pura delicia otoñal.