Fotocrónicas (CLXII)
Ya dijo Estrabón en su «Geografía» (obra enciclopédica de 17 volúmenes, terminada de escribir allá por los albores del cristianismo), refiriéndose al Cabo de San Vicente, que “no era el punto más occidental de Europa, sino de todo el mundo habitado».
Allí hasta donde llega por occidente el golfo de Cádiz, allí donde se afila la prominente barbilla de la península ibérica, allí donde la tierra lusa apuñala el Atlántico con una afilada daga, allí donde los romanos bautizaron el lugar como Promontoriun Sacrum y lo dedicaron al Dios Saturno, allí mismo el Cabo de San Vicente se enfrenta cada día a los embates más duros de los vientos y las olas en una naturaleza extrema solo apta para valientes.
La imagen de hoy está tomada en la antigua fortaleza de Sagres, en el Algarve (Portugal), a tiro de piedra del Cabo de Sao Vicente. Dentro del inmenso recinto amurallado, un humilde faro parece esperar paciente su turno mientras contempla fascinado las luces rojas de la tormenta vespertina. El entorno es solitario y desolado y encoge el ánimo. Pero, por eso mismo, desde este faro del fin del mundo, cualquier manifestación de belleza emociona más.