Fotocrónicas (LIV)
Cuando vence el otoño por cualquiera de nuestros hermosos bosques es tiempo de caminar… mirando el suelo. El resplandor de las hojas, sugestivo y desmedido, que se había exhibido colgado de las ramas de cualquier especie frondosa, se desprende con ingrávida languidez una vez terminado su ciclo en el árbol.
Pero la rueda no se detiene ahí, no. El suelo de los bosques se cubre de una ingente capa de hojas que protege y embellece el sotobosque. Hojas de cien otoños que pudren seres minúsculos, que sirven de cama a otros animales, que alimentan al fin la tierra aportando el sustento a los árboles que las dejaron caer. el rumor sordo del suelo húmedo, el rumor crepitante del suelo seco, el rumor un sí es no sedoso del suelo incierto.
El otoño tardío, el invierno todavía sin nieves, es un concierto de sonidos tenues en nuestros bosques, una paleta comedida de tonos pardos, de brillos plateados del sol ya entre las ramas desnudas. El otoño se retira al fin entre blanduras de hojas muertas.