Fotocrónicas (CXXIX)
Es inaudito que haya alguien ajeno a la enorme seducción que provoca la nieve. En sí misma, ajena a otras consideraciones, la nieve origina asombro y una suerte de exaltación casi mística en su contemplación.
El paisaje, por humilde que sea, se engalana con un hermoso ropaje blanco cuando recibe la bendición de la nieve. Su blancura parece espantar cualquier impureza que la tierra acumula. Si además, la nevada es copiosa, entonces la fascinación que nos trasmite adquiere una intensidad emocional difícilmente igualable.
La imagen de hoy está tomada en las laderas que caen del collado de Beneguerra, entre el Chilizarrias y La Cuña, en la Sierra de la Demanda. La nieve recién caída aún no ha sido hostigada por el viento y, en este intervalo, la finura de la filigrana pictórica, el juego de claroscuros, parece un hábil trabajo de orfebrería, la obra del más genial de los artistas.
Es Enero, es invierno, es la hora de la contemplación de la naturaleza vestida de blancos. Es el tiempo de la mística de la nieve.