Fotocrónicas (CV)
Como diría el poeta, el Moncalvillo es montaña dilatada y exuberante, de rotundas caderas, maternales y prolíficas, dotada por la Naturaleza para la crianza con la más nutritiva leche y para el cuidado de sus retoños con los ropajes más mullidos.
Desde los 1.495 metros de altitud, el Moncalvillo extiende sus laderas por un enorme perímetro, en el que se cobijan un gran número de municipios, arroyos sin cuento y una infinita riqueza forestal que cubre la mayor parte de su territorio. Hacia el Norte, el Moncalvillo mira la fértil vega del río Ebro. Hacia el Oeste, se vence a las tierras de viñas y cereales de las riberas del Najerilla. Y al Este, se deleita con la visión de la encantadora, silvestre y ganadera, tierra de Cameros.
La imagen de hoy está tomada en Castroviejo, pequeño y delicioso pueblo de la cuenca del Najerilla. La cabecera de este valle, el Yalde, la forman tres arroyos: las Hoyas, el Turtiente y el Infierno, que entran juntos en el embalse del Yalde, a los pies del pueblo. Las aguas del Turtiente bajan directas de lo más alto de la sierra del Moncalvillo, cuya cima se aprecia en la foto allí arriba, coronada por el repetidor de televisión. Ese día de finales de otoño, la Naturaleza nos regaló una jornada para coger pan y untar. Una nevada gloriosa, viento en calma, y una atmósfera diáfana, recién lavada, que hacía bien respirar, nos puso mohíno el musguillo del alma.