Fotocrónicas (CLXXIV)
Cuando el andariego se acerca desde el Sur por la inmensa llanura que rodea Campo de Criptana, atraviesa el río Záncara, y entonces no puede evitar que su mirada quede prendida de la bella estampa que dibuja la línea del cielo sobre la población. Una decena de molinos de viento coronan la leve colina, en cuyas laderas se recuesta el barrio antiguo del Albaicín, que refulge blanco y añil al sol de una mañana de invierno.
Dichos molinos funcionaron hasta mediados del siglo XX y los más antiguos de ellos datan del siglo XVI. En la actualidad, son puro elemento decorativo pero, bien es cierto, se han convertido en una atracción turística de primer orden dada su notable condición estética. Además, desde ahí arriba, el paisaje manchego, con sus campos de labor, con sus pueblos blancos, con su aire y con su luz, embriaga los sentidos.
Así, no es de extrañar, que el noble y alucinado caballero Alonso Quijano que salió de la pluma del inmortal Cervantes, poseído de exaltación bélica, arremetiera corajudo contra esos molinos cuyas aspas en movimiento semejaban brazos amenazadores de gigantes. Por toda la Mancha infinita flota, como el mejor aroma de esta tierra, la leyenda romántica y enajenada del Quijote y de su fiel escudero Sancho Panza.