Fotocrónicas (CXXXVI)
Antes de que se diluyan los últimos fríos invernales, los bosques comienzan a rebullir. El pálpito vital, suspendido durante lo más crudo de la estación, parece volver a temblar.
Las dehesas cameranas, reliquias de un tiempo de esplendor ya casi olvidado, renacen paulatinamente. Ello es más evidente en los hayedos, más tardío en los robledales y apenas perceptible en los encinares.
Va quedando atrás el tiempo de la desnudez, del ropaje adusto y espartano, en nuestros bosque caducifolios. Y se barrunta en el aire la efervescencia vegetal de la primavera.
La imagen de hoy está tomada en el barranco de Valderraquillos, en el viejo camino de Soto a Luezas. Un manchón de bosque va anegando la umbría del barranco con tenacidad, llenando de robles y de hayas esos parajes no hace tanto poblados apenas por una marea arbustiva. Unos brotes incipientes en los minúsculos extremos de las ramas se encienden de luces cárdenas con el tibio sol del atardecer. Primeros brotes.