Fotocrónicas (XCIII)
Seguramente no es casual el descarado asentamiento de Trevijano. Las tribus pelendonas encontraron en este serrón que desde Cuernosierra se precipita hacia el vacío del Cañón del Leza, un pequeño rellano en donde levantar sus chozas, los corrales para el ganado y alguna atalaya para otear quién se atrevía a subir por los despeñaderos que atraviesa el río.
Siempre me he sentido fascinado por este pueblo, Trevijano de Cameros. Un pueblo que no es pueblo. Ya no. Desde principios de los años setenta Trevijano es aldea de Soto junto a Luezas y a Treguajantes (ésta última lo era desde siempre). Recuerdo la enorme atracción que me causaba cada vez que ascendía por la vieja carretera que remonta el valle del Leza y aparecía allí arriba Trevijano, colgado como en un inexpugnable nido de águilas, desafiando los vientos del Norte, valiente y vigilante.
La imagen está tomada desde Peña Aldera, trescientos metros más arriba que Trevijano. El camino que llega desde Clavijo se asoma aquí al Camero Viejo y el andariego contempla gustoso esta deliciosa visión del caserío del pueblo, tan aseado que da gusto verlo, del reverdecido cerro de las eras con los viejos bancales ya baldíos, de los místicos chopos vestidos de otoño… Algo más allá del pueblo, se intuye el abismal tajo del cañón que el Leza ha labrado con paciencia infinita para abrirse paso hacia el Ebro.