Fotocrónicas (CXLIX)
Eran aquellos tiempos, inciertos, oscuros y belicosos, de comienzos del segundo milenio en que España se iba gestando a sangre y hierro y recuperando poco a poco los territorios arrebatados por los árabes en la invasión sucedida en el año 711.
Eran también, aquellos tiempos rudos y tenaces de castillos, calzadas, villas amuralladas y puentes. El trabajo de la piedra se hizo tan necesario, tan urgente, tan inevitable para proteger, para transitar, para alojar… que originó muchas cuadrillas de canteros que recorrían las aldeas, los pueblos, los señoríos y los reinos ofreciendo su mano de obra hábil y especializada.
Ya en 1288 existe constancia de la existencia de este maravilloso puente de Briñas que, según Govantes, se construyó con los restos de otro puente anterior. Sea como fuere, la belleza y rotundidad de sus formas deja literalmente pasmado al buen andariego. Con certeza, pocos puentes con semejante estampa pueden hacerle sombra en La Rioja. Quizás ninguno.
La imagen está tomada desde un humilde cerro que se yergue junto al extremo oriental del puente. Desde ahí, la visión de las tierras colindantes, con el viejo puente de Briñas, el Ebro, sus choperas, los hermosos campos de labor y sus viñedos quita el aliento, sobre todo en otoño.