Fotocrónicas (CXII)
No queda claro de dónde surge el apelativo Alpujarras para nombrar las aldeas del Alto Jubera. Si, como parece, proviene de la similitud con aquel territorio extremo de la montaña granadina, hay que admitir que quien así quiso nombrarlo estuvo lúcido y atinado. La caótica geografía de estas tierras, que conforman los barrancos que vierten al Jubera desde su cabecera hasta el pueblo del mismo nombre, las penosas condiciones de los caminos de herradura que permitían una precaria comunicación y una economía al límite del hambre, fueron desde siempre un lastre agónico de sobrellevar para el enjambre de minúsculas pedanías diseminadas. Hasta que, exhaustos de luchar y de sufrir, sus pobladores claudicaron.
La pobreza del suelo no permitía apenas otra cosa que la ganadería, ovejas y cabras en régimen de “monocultivo”. Los pastos de montaña fue lo que favoreció el surgimiento de tantos asentamientos y tan diseminados. Y la manera de sobrevivir ante esta extrema realidad era, en buena medida, la autarquía económica. La sentencia, en el siglo XX, estaba echada. Ahora, lo que queda en estas tierras es, salvo excepciones, un rosario de núcleos de población en rápido trance de desaparición. Pero todavía estamos a tiempo de contemplar este legado histórico antes de que sea demasiado tarde.
La imagen de hoy recoge la aldea de Valtrujal, aliviada su austeridad franciscana con leves pinceladas otoñales. Recostada en un pliegue de la Sierra La Hez, aguanta mal que bien los mordiscos del tiempo con una presencia digna que emociona para quien conoce los estragos en otras aldeas
Benditas Alpujarras riojanas…