“El difícil equilibrio de Doñana”

Fotocrónicas (CLXXV)

         Caminando por esta querida piel de toro, que se nos seca y cuartea como cuero viejo, parece un hecho milagroso llegar a la aldea de El Rocío y contemplar esta bucólica y serena escena, que parece más ensoñación que realidad. Esta pedanía, perteneciente al pueblo onubense de Almonte, se ubica en el lado Norte del parque Nacional de Doñana, uno de los enclaves de mayor riqueza biológica y de mayor grado de protección de Europa.

A finales de primavera, como un sarpullido emocional, este rincón estalla borracho de sentimiento y tradición mariana. Nada menos que 127 hermandades de toda Andalucía, y una legión de fieles y turistas saturan hasta el éxtasis las praderas junto a uno de los humedales de Doñana. El blanco cegador de la aldea, el verde de los herbazales renacidos y el azul del cielo y de las aguas, componen una imagen de feliz exaltación sensorial.  

La imagen está tomada a mediados de Noviembre tras las cicateras lluvias otoñales, que han recuperado un tanto los acuíferos del Parque. Los caballos pastan apaciblemente, los flamencos y una incontable cohorte de aves acuáticas ramonean las aguas y los escasos visitantes creen haber llegado al Paraíso. Sin embargo, alrededor, las tierras más áridas de Doñana siguen esperando la bendición de unas aguas abundantes y salvadoras.

Texto y fotografía: Jesús Mª Escarza Somovilla