Fotocrónicas (XCI)
Con frecuencia, la costumbre nos hace apreciar en menor medida de lo que debiéramos la inmensa fortuna que disfrutamos en esta bendita tierra riojana con el fluir de las estaciones. En los doce meses que recoge un año, la Naturaleza sufre un evidente cambio, una imparable trasmutación. Cada estación tiene su condición y viste sus ropajes propios. Y ello causa a cada cual una suerte distinta de emoción y fascinación.
Quizás el padre Ebro no sea consciente de esta disquisición. O sí. El caso es que cuando entra en tierras riojanas empieza a demorar su curso, a trazar enfebrecidos meandros, como si quisiera volver a pasar dos veces por el mismo lugar. Bien pensado, no le falta razón. En Octubre, una vez vencida la vendimia, La Rioja se engalana de luces y colores. Una locura. Y, claro, el Ebro, que no es de piedra, deja caer la mirada aquí y allá, sin rubor.
La imagen, tomada desde la alavesa pedanía de Assa, juega con la ayuda inestimable de una luz temprana que vuela rasante por el río, los chopos, las viñas, el caserío de El Cortijo y ese cerro de triángulo perfecto, cual pirámide de Keops, que roba la vista y al que los Cortijanos le dicen El Rincón. El telón de fondo, azul ultramar, de ambiente tormentoso, es el contrapunto perfecto para las luces y brillos otoñales que invaden la escena.