Fotocrónicas (LXXXVIII)
A finales del primer milenio de nuestra era, el rey navarro García Sánchez I entrega a su segundo hijo, Ramiro Garcés, los dominios que poseía al Sur del Ebro (en buena medida las tierras de Cameros). Mientras que al primogénito, Sancho Garcés II, le concede las posesiones al Norte del Ebro. Un reino con dos reyes. Esta situación permanece desde el año 970 hasta el 1005, en que al no existir varón en la línea sucesoria, el Reino de Viguera retorna a formar un todo dentro del Reino de Navarra.
Durante siglos, esta tierra fue un límite cambiante entre los dominios árabes y cristianos. La frontera natural que conforma las Peñas de Islallana (Puerta de Cameros), era un riesgo notable para las razzias de ambos ejércitos. Por ello, Viguera se esconde en una pequeña hoya que el Arroyo Madre ha labrado antes de desaguar en el Iregua. Sus casas blancas miran al Sur, hacia las tierra de los Pelendones, antiguos pobladores de la Sierra.
Desde la zona del Chorrón de Peña Puerta, con el teleobjetivo a pleno rendimiento, parece que el pueblo se posa sobre los conglomerados que caen del Moncalvillo hasta el Iregua. La realidad es otra, porque entre Viguera y ese caos de peñascos discurre el Iregua por un profundo tajo. La erosión, paciente y tenaz, ha hecho una labor fascinante, labrando quebraduras y barrancos sin cuento. Los grises de las rocas, los rojos de las descarnaduras y los blancos de los yesos adoban la imagen con brío y sugestión.