Fotocrónicas (LXXXVII)
Más o menos eso decía el poeta. Y aquí, en La Rioja, esa expresión también tiene su sentido. Que existe, lo sabemos. Y que es en buena medida un territorio desconocido, también. La competencia de sierras como Urbión, La Demanda y Cebollera es demasiado fuerte a nivel montañero. Pese a ello, este territorio «riojabajeño» tiene su legión de incondicionales acólitos que hacen de estos austeros parajes su ámbito de habituales andanzas.
Desde el Cabi Monteros (1.388 metros, punto más elevado de la Sierra La Hez), un cordal se desprende en dirección Suroeste hasta llegar al collado de Antoñanzas. En ese largo descenso, la lluvia que sobre este lomo caiga puede elegir entre bajar hacia el río Jubera o hacia el Cidacos. La opción no es baladí. Así, las gotas de agua buscan los humores a los molinos de viento que limitan la Sierra para que las envíen de un lado u otro.
La imagen de hoy está tomada una tarde de otoño desde ese cordal. Atrás ha quedado el barranco de Arrejalón, que cae hacia Valtrujal y al Jubera. Al frente, el barranco de Navallosa, que baja al Cidacos entre Arnedillo y Santa Eulalia. Y en el horizonte una hermosa epifanía de montes. De izquierda a derecha, Yerga, Peña Isasa, Peñalmonte y Alcarama. Y en el último plano, el orondo Moncayo. El bosque caduco y las brumas le confieren a la imagen un aire bucólico, de tiempo marchito, de cambio de ciclo.