Fotocrónicas (LXXXV)
Los infinitos caminos del andariego son impredecibles. Y nunca acierta a prever dónde y cuándo ese motivo perseguido, sorprendente y sugestivo puede aparecer ante él. Al menos, lleva consigo la tenaz intención de la mirada atenta y la cámara dispuesta para lo que pueda suceder. A veces, ocurre, y entonces le invade una plácida sensación de plenitud. Y también de gratitud, porque los astros se han confabulado para permitirle estar presente justo en ese momento, exactamente allí.
El andariego es de tierra adentro, y se siente más a gusto caminando entre campos de viña y de cereal, por laderas salpicadas de tomillo, romero y cantueso, bajo el rico cromatismo de los bosques mixtos, a lomos de los dilatados paisajes que ofrecen los montes de la bendita tierra riojana.
Pero, un buen día, en pos del Finis Terrae, el andariego se topó con esta imagen caminando por las tierras del Norte, a orillas del Cantábrico (siempre poderoso, a veces terrible, bravío, cambiante, bello y sugestivo…). Estamos en la playa de Berria, entre Santoña y Noja. Una jornada idílica de Septiembre, con una luz diáfana de puro cristal, una brisa perfecta para rizar el mar, y esos surfistas que salen del agua, y se acercan y componen, sin saber, la escena que el andariego, sin tampoco saber, estaba esperando.