Fotocrónicas (CLXXXIV)”
Para cuando los romanos bautizaron este pueblo como Pretaria, ya llevaba varios siglos como asentamiento celtíbero enriscado sobre un cerro que domina los páramos castellanos y las quebraduras del río Duratón. Luego llegaron los árabes y también hicieron de él un lugar estratégico en su conquista de la península ibérica. Tuvieron que pasar aún unos cuantos siglos más para que, tras la Reconquista, familias nobles y adineradas asentaran aquí sus casas y sus negocios basados en la lana merina. La enorme riqueza que originó este comercio, trajo consigo una mejora y embellecimiento urbanístico de difícil parangón.
Sin embargo, con el hundimiento de la industria lanar, el pueblo sufrió un drástico empobrecimiento y abandono que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX. Hacia mediados de esa centuria, su suerte cambió de forma radical y en cuestión de pocos años la recuperación del caserío fue un hecho casi milagroso por el que ha recibido numerosos reconocimientos.
Pasear con calma por el pueblo segoviano de Pedraza es un ejercicio de exaltación de los sentidos que no da tregua: castillo, murallas, torreones, iglesias, ermitas, puertas, plazas, pasajes, casas y palacios. Y todo ello con una armonía, con un gusto y respeto que emociona. En la plaza de la villa, de estilo castellano, forma irregular y deliciosamente bella, se encuentran estas casas porticadas que quitan el aliento y que harían exclamar al mismo Don Quijote: “¡Voto a Bríos, amigo Sancho, que jamás vi nada tan hermoso!”