Fotocrónicas (CXCIV)
Difícilmente se puede vivir dos veces una jornada de monte tan emocionante como la que acabamos de compartir en tierras de Brieva de Cameros. Se trataba de caminar desde el pueblo hasta la cima de una de las montañas más hermosas de nuestra tierra riojana; pero era sobre todo una manera muy visceral de respaldar a tres afectados de ELA, esa enfermedad degenerativa tan cruel.
Hasta el tiempo, que se había mostrado muy adverso el día anterior, quiso unirse a la “fiesta» y nos regaló una jornada de cielo luminoso, de atmósfera limpia y fresca, como recién lavada. Para coger pan y untar. Contemplar los paisajes inmensos que se ofrecen desde el Cabezo era un auténtico regalo para la los sentidos. Y a fe que nos dimos un empacho, pese al viento que se movía en esa magnífica atalaya de 1854 metros.
Pero es que además (o sobre todo), contemplando cómo los afectados por la ELA eran acompañados y porteados por guías hacia la cumbre cual si de un singular trineo de nieve se tratara, el aire se erizó de sentimiento, de emoción. Rodeados de continuo por una nutrida comitiva de montañeros que aplaudía y jaleaba tanto a unos como a otros, alcanzamos la cima en un estado de exaltación que, seguramente, pocas veces nos ha tocado vivir. Bravo, bravo y bravo. Héroes hacia el Cabezo del Santo.