Fotocrónicas (CXX)
Las terribles fuerzas telúricas forjaron la isla de La Palma desde las profundidades del Océano Atlántico y la elevaron en su punto álgido hasta los 2426 metros que alcanza el Roque de los Muchachos. Un amplio circo, con cumbres que superan los dos mil metros rodean un cráter por el que salieron lavas, cenizas y gases sin cuento desde el Centro de la Tierra. El cráter no llega a ser circular y por el lado abierto corren hacia el Suroeste las aguas estacionales por el profundo tajo del barranco de las Angustias, hasta desaguar en el Océano, en el puerto de Tazacorte.
El terreno es abrupto hasta decir basta, formando desplomes y quebradas, morrenas y graveras por donde, con titánico esfuerzo, se fueron abriendo sendas y caminos, pistas y carreteras que se revuelven hasta la agonía para salvar las cuestas de una orografía enloquecida y que permitían el tránsito de personas, caballerías, ganados y mercancías.
La imagen de hoy, tomada desde el Roque de los Muchachos, recoge en primer término el duro contraste de una tierra marciana, pintada de negros, rojos y ocres (colores concedidos por lavas, hierros y azufres), junto a una vegetación rastrera que surge con brío de un suelo muerto… en apariencia. Como telón de fondo, difuso por la calima africana, los sucesivos serrones que se precipitan desde el cordal superior hasta el fondo del cráter. Un paisaje alucinante, irreal, más propio del mundo onírico, pero que es real, como La Palma misma…