Fotocrónicas (CXCII)
En Pirineos, en el valle de Tena y muy cerca de la frontera con Francia, se halla uno de los rincones más estéticos de toda la cordillera: los ibones y pico de Anayet. La atracción que ejerce este lugar sobre las miles de personas que lo visitan cada año quizás se explique por el fuerte contraste que hay entre los delicados ibones y el aspecto temible del pico, un antiguo volcán del que tras su explosión, nos quedaron estos restos.
Al finalizar el verano, los ibones de Anayet quedan reducidos a simples charcas. Los pastos toman entonces un color pajizo, salpicados con el verde de algunos veneros, el gris de los lapiaces y el rojizo de las arcillas. Con buena luz, el lugar adquiere un tinte apocalíptico, como de mundo del fin del mundo. No es para menos.
Para llegar a este lugar mágico, hay dos rutas principales: desde el valle de Canfranc remontando la magnífica Canal Roya, o bien partiendo de la estación de Formigal, en el valle de Tena y siguiendo el curso del barranco de Culivillas. Sea por un lado o por el otro, al llegar a la platea que ocupan los ibones, seguramente quedaremos maravillados ante semejante escenario.