Fotocrónicas (CIX)
Porque es de justicia, querida ciudad de Logroño, te mereces un hueco en estas Fotocrónicas. Porque acoges en tus tripas cientocincuentamil personas y haces con ellas la digestión como buenamente puedes, porque te tragas sapos y culebras, porque sufres sus desmanes de todo tipo, como si fuera posible la vida y sus afanes en un limbo geográfico, sin realidad física.
Has crecido mucho y te has puesto hermosa, notablemente más de lo que eras décadas atrás. No hay más que pasear por tus calles, plazas, parques y riberas para darse cuenta. Pero eres más, mucho más que eso. La mayoría de tus ciudadanos desconocen los encantos de tu ajuar de novia. Esos que reservas para quien sale de tu materia de hormigón y asfalto, y busca más allá. Esos que protege con celo tu enamorado: el municipio.
Ha tenido que venir esta peste bíblica para ser conscientes de lo que guardas en ese baúl de las sorpresas, para que quien ha decidido caminar tus tierras haya descubierto encantos insospechados a tiro de piedra. Quien devora montes y caminos con ansia adictiva no imagina que andar es sobre todo un maravilloso ejercicio de observación minuciosa. Y un desvarío de la emoción. Y que la esencia de eso está también en el meandro de El Cortijo, en el Monte La Pila, en las huertas de Varea, en el Cerro Cantabria…
La imagen de hoy, con el teleobjetivo echando chispas, está tomada desde el Monte Valmayor (o Rodalillo), en la parte de Clavijo. Es decir la visión es hacia el Norte, con la cinta iluminada de la ciudad por una luz increíble que ha conseguido colarse entre las nubes de tormenta. Detrás, como fondo brumoso, el piedemonte se eleva hacia la Sierra de Cantabria.