“Primavera en Villamudria»

Fotocrónicas (CLXXXV)”

A mediados del siglo XIX, Pascual Madoz describe Villamudria en su Diccionario Geográfico como un lugar situado en altura, clima frío pero bastante saludable, donde reinan todos los vientos y algunos catarros y pulmonías. Tiene 36 casas, entre ellas Ayuntamiento y escuela de primera educación a la que asisten 18 niños, cuyo maestro está dotado con 18 fanegas de centeno. Una parroquia extramuros (San Román) y una ermita en medio del pueblo (Santa Eufemia). Población: 16 vecinos, 53 almas.

A medio camino de Pradoluengo y Villafranca Montes de Oca, a 1186 metros, entre las sierras de la Demanda y de la Pedraja, Villamudria sestea entre pastizales invadidos de piornales y brezos, y extensas manchas de robles, pinos y hayas que le dan un aire primitivo, solitario y bucólico. Es un ejemplo paradigmático de lo que se ha dado en llamar la España vaciada. Apenas vive gente, pero le aguanta una belleza que emociona.

Sin embargo, la guinda de llegar a este recóndito lugar, y más en primavera, es contemplar el roble «Escarcio», un enorme Quercus Pyrenaica de unos 7 metros de perímetro, 18 de altura y una edad estimada de 600 años. Pese a sus evidentes achaques, resiste con gallardía en mitad de un prado a tiro de piedra del caserío de Villamudria. Su fascinante belleza es tal que abruma. Y su magnífico porte achica la soberbia humana.  

Texto y fotografía: Jesús Mª Escarza Somovilla