Fotocrónicas (CVIII)
Con sus 1.854 metros de altitud, el Cabezo del Santo es una montaña de primer orden en la geografía riojana. Ubicada a caballo entre la tierra de Cameros y la tierra de Viniegras, su magnética figura corta el aire con su poderosa quilla. Pastos verdes y lapiaces cenicientos se alternan para darle un aire primaveral o canicular a sus laderas imberbes. El tercer ropaje lo reserva para las ocasiones, para cuando las borrascas lo visten de blanco riguroso, dándole entonces un sobrecogedor aspecto de inmenso sudario.
Recuerdo la primera vez que llegué a su cumbre. Era a comienzos de los años noventa. En aquel entonces aún se mantenía una agenda dentro del buzón montañero de Sherpa. Hermosa costumbre la de escribir en la cumbre a la que se ha llegado. Al buen andariego le late entonces recio el corazón tanto por las bravías cuestas como por expresar lo que la belleza de un paisaje sin par le trasmite. Y desde esta cumbre hay tarea.
La imagen de hoy recoge la fascinante visión que desde el Cabezo del Santo se contempla hacia el Suroeste. De izquierda a derecha, la línea que perfila el cielo dibuja las crestas del Zorraquín, la Muela del Urbión, el Peñas Claras, el Camperón, el Tres Provincias y el Muñalba. Delante, un rosario de cimas se desprenden en cascada hacia el Norte, llevando en su lecho las aguas de los ríos Ormazal, Urbión, Portilla, Río Frío…
Al buen andariego, que vela armas y no ve la hora de echarse a caminar de nuevo, el musguillo del alma se le pone mohíno ante tanta belleza como engalana estas magníficas montañas.