Fotocrónicas (CXV)
La orografía de la zona suroriental de La Rioja recuerda los paisajes extremos de la montaña marroquí. Las tierras, desnudas de arbolado, se pueblan de una variada masa arbustiva y de una rica vegetación rastrera que dulcifica la aridez y el aspecto adusto de los suelos.
La tradición ganadera de estos lugares ha marcado a fuego el paisaje, despoblándolo hasta la extenuación del arbolado para crear pastos con que alimentar los ingentes rebaños de ovejas y cabras que triscaron por aquí. Los corrales y los chozos invaden las laderas, y las sendas proliferan por doquier para llevar y traer personas, ganados, caballerías y mercancías.
Esos laderones y barrancos que caen desde Lado Frío (arriba a la izquierda) inundados de espinos y, sobre todo, de aulagas en flor, buscan las aguas del río Linares entre Valdeperillo y Cornago. Arriba a la derecha, el peñascón altivo y distante de Peña Isasa, parece observar con displicencia estas tierras lejanas y abandonadas a su suerte.
Todo lugar tiene su tiempo de gloria. Como ocurre con la escena de hoy. Mayo se hace notar y las lluvias, aunque cicateras, son suficientes para reverdecer estos pagos y para florecer las plantas y para hacer cantar los regatos más humildes. Los prodigios de la primavera.