Fotocrónicas (CLIII)
La tierra de Cameros (que dio de comer a miles y miles de ovejas merinas y que posibilitó que esta comarca llegara a tener una de las rentas per cápita más altas de Europa a principios del siglo XVIII) ha ido viendo cómo sus extensos pastos son comida desde hace ya décadas sobre todo de vacas y de yeguas, más rentables hoy en día como fuente de carne.
A finales del verano 2017 aún quedaban tres largos meses de sequía para que cambiase el signo del tiempo y llegase un tren de borrascas que dejarían sobre las tierras riojanas una sucesión de nevadas memorables. Pero hasta ese momento, el suelo seguía abrasado y la tierra se había convertido en una alfombra rala de duras púas de alambre en la que los animales de pasto apenas podían ramonear.
Estamos en las majadas de Quiñones, encima de Hornillos de Cameros y a tiro de piedra de la cima de La Atalaya, la montaña que mejor refleja la tradición ganadera, que con mayor rotundidad ofrece a la vista del que llega hasta allí la idiosincrasia del Camero Viejo. No en vano se llama La Atalaya.