Fotocrónicas (CLXXVIII)
Allí arriba, donde nace el río Iregua, todavía es invierno, aunque no lo parezca. La cicatería en precipitaciones está siendo extrema. Las nieves, si las hay, se esconden en las más recónditas umbrías, asustadas por unas temperaturas absolutamente irracionales que no presagia nada bueno.
Así la cosas, al montañero le cabe, al menos, el alivio de contemplar los suelos de Cebollera. El otoño murió dejando un hermoso manto de hojas ocres, amarillas y rojizas. Los líquenes se cuelgan de troncos y ramas con su delicada orfebrería. Las piedras infinitas de esta sierra forman desecadas que bajan de las alturas como lenguas de mineral. Pero son los musgos quienes, en la época invernal, atraen de manera hipnótica la atención del montañero con su candela verde fluorescente. Si la salud de un bosque dicen que se mide por la presencia más o menos generosa de líquenes y musgos, en la Sierra Cebollera estamos bien servidos.
Texto y fotografía: Jesús Mª Escarza Somovilla