Fotocrónicas (XCIV)
En la Grecia clásica, Dioniso (hijo de Zeus y Semele) era el Dios del vino. Pero también lo era de la vegetación y el éxtasis. Y llegó a ser una de las deidades principales en la cultura helenística. El equivalente en la Roma antigua fue el Dios Baco. Y se terminó convirtiendo en símbolo del regocijo y el exceso etílico que se daba de forma habitual en las bacanales romanas.
Sea como fuere, no necesitamos del vino para llegar al éxtasis ante la belleza extrema que las tierras riojanas alcanzan cuando el tiempo de la vendimia concluye. Las hojas de las vides, de improviso, cambian el verde adusto por amarillos y ocres de hermosa luminosidad. Y después, como postrero efecto pirotécnico, una irrefrenable orgía de rojos inunda las viñas, como si el Dios Baco, desde las alturas, aliviara sus venas sobre las tierras riojanas tras una bacanal de dimensiones imperiales.
La imagen de hoy, tomada desde la vertiente occidental del Toloño, recoge el territorio entre Haro (al fondo) y Briñas (a la derecha, junto al río), justo allí donde el Ebro describe uno de los meandros más hermosos que traza en La Rioja, quizás enfebrecido por tanto derroche etílico.