Fotocrónicas (CXXX)
Uno de los entornos naturales más singulares que tenemos cercano a nuestra Rioja es, sin duda, las Bardenas Reales. Un espacio de casi 42.000 hectáreas de tierra semidesértica modelado hasta la extenuación por los vientos, las lluvias, los calores y los fríos.
A medio camino entre las cordilleras Ibérica y Pirenaica, en el límite entre Navarra y Aragón, este inmenso territorio desolado y sin población alguna, invernadero de los rebaños de ovejas en su ancestral viaje desde los valles pirenaicos, alberga un atractivo paisajístico de primer orden. No en vano, en el año 2.000, este espacio fue declarado Reserva de la Bioesfera.
Entre los 280 y los 659 metros de altitud se extiende una sucesión prolija de barrancos, mesetas y cabezos formados por arcillas, yesos y areniscas que se ofrecen a la acción tenaz e inacabable de los elementos. Con paciencia infinita, y la ayuda inestimable del tiempo (que es el gran modelador), la naturaleza del lugar se ha ido labrando de manera prodigiosa.
De las tres zonas en que se subdividen las Bardenas (El Plano, la Bardena Blanca y la Bardena Negra), la Blanca es sin duda la más fascinante, la mejor trabajada por la erosión. La ausencia casi total de vegetación, el color blanquecino de sus suelos y la filigrana de sus texturas llevan al visitante a una contemplación incrédula y extasiada.