Fotocrónicas (XCIX)
Pocas montañas en La Rioja tienen un poder hipnótico, una capacidad de seducción tan desmedida como el Castillo de Viguera. Bien es cierto que juega con una ventaja notable: que se alza en una posición privilegiada, fuera del cordal cimero que divide los dos Cameros. De esta forma, a poco que el montañero quiera triscar por cualquier ladera del valle del Iregua, será muy probable que contemple cerca de la salida del río hacia la llanura, esta mole rojiza y rolliza, bien defendida de conglomerados verticales sobre los que sobresale la cogulla lisa y verde de su cima herbosa.
Los montañeros siempre hemos tenido el pálpito de que tanto por su nombre como por su condición, allí tuvo que haber en tiempos antiguos una fortaleza. Pero hasta hace pocos años no había apariencia de construcción alguna. Sin embargo, recientemente, en ese cogote cimero han aparecido enterramientos humanos y una pequeña construcción que confirma lo que parecía evidente. Una atalaya tan perfecta merecía este privilegio.
La imagen de hoy, tomada desde Peña Bajenza, nos regala una visión singular y fascinante del Castillo de Viguera. El invierno se vislumbra ya y las nieves manchan, aún con timidez, las montañas. Las nubes, oscuras y prietas, presagian la tormenta sobre la tierra de Cameros.