Fotocrónicas (XXXVI)
No hay duda que en La Rioja gozamos del privilegio cercano de contemplar el fluir de la naturaleza. En toda época, pero mejor aún si es otoño, cuando la gama de rojos, amarillos y verdes es del todo enfebrecida, o en primavera, cuando los tiernos brotes de las viñas cabrillean traslúcidos con la brisa y el sol amable de la estación.
Esos brotes verdes que contrastan poderosamente con los tonos adustos, grises y pardos, de las cepas y con las arcillas rojas de los suelos. Resulta un juego de color fascinante, que maravilla en su contemplación. Desde un altozano cualquiera, jugaremos con un valor añadido: admirar la geometría de la Tierra, la disposición de los campos, su variada condición, el aricado de los cultivos, las lindes, los ribazos, las hileras, los renques…
Todo ello, a veces intencionado, a veces casual, hilvana un entramado de enorme belleza. No cabe duda que la Naturaleza es el gran «hacedor». Y, a veces, el hombre colabora con acierto en esa inacabable tarea.