“Oliván”

Fotocrónicas (VII)

        Oliván se esconde junto a un meandro que el Jubera describe cuando, tras bajar dando saltos desde sus fuentes en la Atalaya, reposa los bríos juveniles. Los chopos de Oliván tienen usía, sus amarillos de oro engalanan en otoño este recóndito rincón alpujarreño y dan dulzura a un paraje de austeridad franciscana.

         Cualquier camino que llega a Oliván es de herradura. Eso, a la par que ha sido su condena, le confiere una singularidad innegable. Las casas, calles, muros y eras conservan en buena medida sus piedras. Ese es un mérito y atractivo esencial en Oliván: la piedra, el trabajo de la piedra. Dicen que aquí siempre hubo buenos canteros.

         Otro encanto son sus bancales, que forman un anfiteatro que desciende como un abrazo amoroso hacia la aldea y el río. Merece la pena cruzar el Jubera y remontar un trecho la ladera opuesta, sentarse y contemplar sin prisas. Y dejar volar la imaginación.

Texto y fotografía: Jesús Mª Escarza Somovilla